miércoles, 23 de agosto de 2017

El sudor


No existe nada más fascinante que sentarme en un banco o en un piedra agotado, sudando. Inclinar adelante la cabeza y ver como el sudor se convierte en un goteo, en un pequeño chorro de mí mismo.
Primero la tierra lo absorbe rápidamente; pero soy poderoso cansándome, ergo sudando. Se acaba formando un charquito.
Y eso soy yo fundiéndome con la tierra.
Yo devolviendo la parte que me toca al planeta.
La sensación de liberación, el refrescante momento en el que se disipa poco a poco el calor acumulado en músculos, piel y huesos.
Sudar en soledad sin que nadie te diga que te seques ofreciéndote un pañuelo.
Porque hay quien se siente un poco angustiado de ver sudar a otro. Tal vez, asqueado. A mí me suda la polla (valga la redundancia) si a alguien le incomoda mi sudor. Tendrá que joderse, o simple y más sencillamente, no mirar de mierda hacia mí.
Yo solo quiero sudar, empaparme de mí mismo y empapar la tierra de mi propio ser.
¿Y si el alma es líquida? Si el alma es sudor, las lágrimas solo son dolor, algo neurálgico simplemente.
Cuando sudo soy solo yo y cada gota que se desliza me acaricia, me refresca.
Me cuido, me consuelo. Soy perfecto...
Tal vez es la forma de llorar del cuerpo, por el dolor, por el esfuerzo.
Mentira. Para eso están las funcionales lágrimas, demasiado salinas para mi gusto.
Es bueno, es mágico, es trascendente sudar en soledad.

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